Una industria a la vanguardia tecnológica

Orville Wright cambió la historia el 17 de diciembre de 1903 alzando al aire el avión que había diseñado junto a su hermano Wilbur, el Wright Flyer, en un vuelo que duró 12 segundos y en el que recorrió 36 metros. La distancia completada en aquella proeza es prácticamente la mitad de la longitud que hay entre las puntas de las alas plegables del nuevo Boeing 777X cuando están extendidas (71,7 metros). Comparar los aviones de estos y otros pioneros con los que se fabrican actualmente en ciudades como Toulouse, en Francia, o Seattle, en Estados Unidos, presenta la evidencia incontestable de la brillante evolución tecnológica de una industria que, en comparación con otras (minería, textil…), todavía es joven, pues cuenta con solo 120 años de historia.

La historia de éxito que ha escrito la aviación en estas décadas ha ido necesariamente de la mano de los progresos en el ámbito de la simulación aérea. Como el avión de los hermanos Wright, los primeros simuladores de los que se tiene constancia (por ejemplo, el construido por la empresa francesa Antoniette alrededor de 1910) contaban con un esqueleto de madera y una apariencia muy lejana a los potentes simuladores de vuelo que conocemos en la actualidad. En aquel artilugio, medio barril sobre el que se instalaba un asiento, los futuros pilotos podían establecer su primer contacto con una réplica de los mandos del avión y, así, practicar los movimientos básicos, a menudo contraintuitivos, que más tarde les permitirían llevar a cabo un vuelo controlado.

‘La simulación aérea, ayer y hoy’. Ilustración de Armando Ríos para Aerovía/Hispaviación.

De la misma forma que los aviones han sufrido una transformación radical, fruto de los avances tecnológicos, los simuladores actuales poco tienen que ver con los de las primeras décadas del siglo XX. Fabricados por grandes empresas multinacionales, como la canadiense CAE o las estadounidenses L3Harris y Lockheed Martin, los simuladores de vuelo en los que se entrenan los pilotos actuales son máquinas avanzadísimas, de gran complejidad y precisión milimétrica, capaces de emular el comportamiento de los aviones reales hasta extremos inimaginables. Con ordenadores de enorme potencia, leen e interpretan cualquier movimiento de los pilotos en la cabina de mandos. En tiempo real, muestran los resultados de sus acciones en unas pantallas capaces de emular lo que se ve desde la cabina al volar y todo eso, además, con el aliciente del movimiento que proporcionan unos imponentes sistemas hidráulicos, cuya función es reproducir, con la máxima fidelidad posible, las sensaciones que se experimentan en cabina cuando el avión despega, aterriza o hace virajes, cuando rueda e incluso cuando lo empuja el tractor del pushback. Con todo eso en mente, quizá sorprende menos que el precio de uno de estos simuladores pueda superar los 12 millones de euros.

Las mínimas limitaciones de este tipo de supersimuladores comerciales son las que impone la propia gravedad, que impide, por ejemplo, que el avión pueda volar boca abajo, una posición sin duda antinatural e indeseable para cualquier aeronave comercial. Ahora bien, incluso en una formación tan específica como el UPRT, los simuladores también son de ayuda. Para este entrenamiento, que permite a los pilotos mejorar la prevención y recuperación ante situaciones anormales, algunas compañías aéreas y escuelas de vuelo optan por aviones acrobáticos. Otras, por el contrario, se apoyan en simuladores —como la plataforma Desdemona— para practicar estas maniobras de mayor complejidad y adrenalina.

Simuladores para salvar vidas

Si hay un ámbito en el que los simuladores de vuelo adquieren un valor excepcional es en el de las emergencias. “La simulación nos permite entrenar tanto los procedimientos como la toma de decisiones ante situaciones que, si bien son muy poco probables, supondrían una seria amenaza para la seguridad del vuelo, como fallos de motor en carrera de despegue después de V1, fallos eléctricos complejos o, en el caso de los pilotos de helicópteros, autorrotaciones”, explica Carlos García Molaguero, portavoz del Copac, que puntualiza la clave de todo esto: “Si tuviéramos que practicar esas situaciones en vuelo, sería una amenaza en sí misma para los pilotos”.

Poder practicar la respuesta ante situaciones de riesgo en un entorno fiel a la realidad —pero que, al mismo tiempo, no comporta peligro— es seguramente una de las claves que explican los ingentes recursos que los fabricantes de aviones, las compañías aéreas, las escuelas y los propios profesionales destinan a la simulación. En una aviación en la que la automatización lleva décadas ganando terreno, tener pilotos bien entrenados para reaccionar adecuadamente cuando algo falla es clave para la seguridad. Así se evitan accidentes y, con ello, se salvan vidas. Por si esto no fuera suficiente, el uso de simuladores también resulta más económico. “La simulación de vuelo juega un rol clave a la hora de reducir las ineficiencias en los costes y los requerimientos de tiempo para el entrenamiento de vuelo. La cabina de una aeronave es un ambiente poco efectivo para aprender: es costoso y da pie a las distracciones”, subraya Ethan Willinger, director de Marketing de la empresa Redbird Flight Simulations.

El aspecto económico es crucial en una industria que, por naturaleza, es altamente competitiva. Por eso, en el sector es fácil encontrar simuladores que ofrecen, entre otras ventajas, el ahorro de costes a sus operadores y usuarios. Otra característica muy valorada es la versatilidad de los equipos, que se les pueda sacar el máximo partido para dar respuesta a la demanda creciente a la que lleva años haciendo frente esta industria. Un buen ejemplo de esto es The Airliner, el simulador de última generación fabricado por la empresa francesa Alsim, una cabina que reúne las filosofías del Airbus A320 y el Boeing 737 en un mismo dispositivo. En este caso, se trata de un simulador certificado para dos entrenamientos estándar, el MCC y su versión optimizada, el APS MCC, que permiten a los pilotos practicar y demostrar su capacidad de cooperación al volar aviones comerciales multitripulados.

Innovación en el ADN

La industria de la simulación aérea lleva décadas situada a la vanguardia de la innovación tecnológica. Y, de hecho, muchos de los progresos de los grandes fabricantes de aeronaves pasan su primer examen en un simulador, antes de dar el salto a la ‘aviación real’. Esto incentiva el apetito de las empresas del sector, grandes o pequeñas, a explorar qué pueden dar de sí las nuevas tecnologías, sobre todo las más prometedoras. Una de ellas es la realidad virtual, que sigue permeando a gran velocidad en el ámbito de la simulación. Esta tecnología consiguió el espaldarazo definitivo en abril del año pasado, cuando la Agencia Europea de Seguridad Aérea (la EASA, por sus siglas en inglés) certificó el primer dispositivo de entrenamiento basado en realidad virtual, el desarrollado por la empresa VRM Switzerland para pilotos de helicópteros.

Uso de realidad virtual para simuladores de helicópteros. Foto: VRM Switzerland

La realidad virtual es valiosa por sí misma, pero sus posibilidades potenciales se multiplican si se le hace interactuar con otros dispositivos. Un ejemplo de esto son los guantes hápticos, “un avance sustancial que permite incorporar el sentido del tacto al de la vista y el oído, dotando de un realismo extremo a la simulación virtual”, señala Sergio Domínguez, director de Comunicación de Audere Global, empresa a la que pertenece Simloc. En su caso, emplean los guantes hápticos Sensorial XR, de la firma almeriense NeuroDigital: “Con ellos, se dota a los pilotos de percepción táctil y de un manejo de los diferentes elementos de la cabina del avión lo más natural posible, para que aprendan a realizar y memorizar los gestos como lo harían en un avión real. Estos guantes permiten realizar el seguimiento de cada dedo de la mano, así como la posición de esta, mediante el uso de sensores inerciales (dos por cada dedo, mano y brazos), acelerómetros y sensores flexibles y ópticos. Así, se completa el círculo sensorial de volar en simuladores dentro del entorno de la realidad virtual”.

Como demuestran los ejemplos anteriores, la utilización de las gafas de realidad virtual está convirtiéndose poco a poco en una herramienta muy útil para el entrenamiento de los pilotos. Sin embargo, la espectacularidad de esta tecnología puede tener otros usos también muy valiosos para el transporte aéreo. En Estados Unidos, donde desde hace años se buscan soluciones para la falta de pilotos —un asunto que quedó en un plano secundario por la pandemia, pero que en los últimos meses ha vuelto a ser actualidad en ese país—, los simuladores a través de la realidad virtual se están empleando como cebo para atraer a los jóvenes hacia las profesiones del sector. “Esta tecnología permite una inmersión completa, por lo que muchas personas que nunca han probado el vuelo ahora pueden vivirlo de una forma fascinante”, explica Óscar Mateos, director de Marketing y Ventas de Virtual Fly, una empresa cuyos productos de simulación han llegado a lugares como a la prestigiosa Universidad Aeronáutica de Embry-Riddle, en Daytona Beach, donde centenares de alumnos disfrutan de la experiencia de combinar las gafas de realidad virtual con los componentes de vuelo (como los pedales o el yoke) que fabrica esta empresa con sede en Barcelona.

Foto: VirtualFly

Si los simuladores son una excelente herramienta formativa para los profesionales, ¿por qué no pueden serlo para otro tipo de estudiantes? En Tecnópole, el Parque Tecnológico de Galicia (en Ourense), una colaboración entre la Xunta, Boeing y First Scandinavia permitió abrir el año pasado una nueva aula Newton con tres simuladores de vuelo con los que se busca enseñar ciencia de forma diferente. Los tres equipos fueron fabricados por Virtual Fly. “Se trata de que estos alumnos puedan educarse en el ámbito de las ciencias, de las matemáticas, a través de aplicaciones aeronáuticas. Empresas como Boeing están invirtiendo grandes cantidades en crear una nueva generación que crezca con la aviación. En este caso, muchos alumnos de toda Galicia van a poder practicar y aplicar sus conocimientos STEM en simuladores de vuelo”, agrega Mateos.

Más allá de la realidad virtual

La realidad virtual no es la única tecnología que está mostrándose realmente prometedora para el futuro de este sector. Sin ir más lejos, en el ámbito de los simuladores de control aéreo hay otras que también apuntan a una evolución futura. Una de ellas es la realidad aumentada, cuya utilización se ha empezado a ensayar, por ejemplo, en escenarios de baja visibilidad. Otra, que también tiene el potencial de revolucionar este sector, es la inteligencia artificial. “Cuando pensamos en nuevas tecnologías en este sector, la realidad virtual es la más obvia. Pero otra que será tan importante como ella en el futuro es la inteligencia artificial, que nos va a permitir, por ejemplo, proporcionar buenas métricas a los instructores y sacar mejor partido a toda la información que podemos capturar en los miles y miles de ejercicios que se hacen en un simulador. Esa gran base de datos, combinada con la inteligencia artificial, nos dejará saber cómo debe actuar un buen controlador aéreo, cómo es una buena fraseología o cómo se debe responder adecuadamente ante una situación de emergencia”, analiza Jonathan Cooke, gerente de producto de Total Control en Airways, una empresa neozelandesa de referencia entre los fabricantes de simuladores profesionales de control aéreo.